Tuesday, October 2, 2012

Presente y Futuro de la Industria Argentina

Hoy - 2020

Ya sin superávits gemelos y en el marco de una crisis mundial que golpea fuerte a Europa, pero también a EE.UU. y en menor medida a las economías emergentes, y que adoptó la forma doméstica de control de cambios e importaciones, quedan bajo análisis el modelo de crecimiento aplicado desde 2003 y su empalme con el plan estratégico 2020 de desarrollo industrial

por Rubén Chorny para Mercado


Lo que sobrevendrá al control de cambios
Bernardo Kosacoff, uno de los últimos mohicanos de la camada de intelectuales románticos del desarrollo –junto a Daniel Azpiazu, Hugo Notcheff, Marcelo Diamand, Jorge Schvar­zer y Claudio Katz, entre otros–, no se cansa de repetir que el modelo de industrialización que se puso en marcha en 2003 es lo que más se acercó a aquellos sueños dorados que albergaban desde los años 60.
Viene de publicar en junio con el asesor de la Unión Industrial Argentina (UIA), Diego Coatz, un inventario más que positivo en la revista Plan Fénix de junio último:
“Según datos del Ministerio de Industria –escribieron–, desde 2003 a la fecha en la Argentina el sector fabril creció 92%, el empleo 71% y su participación en el PBI actualmente alcanza 19%, la más alta de la región, por encima de Brasil y México, y superior a países como Estados Unidos (13%), Francia (12%) y España (11%). 
En este contexto, el Gobierno lanzó a principio de año el Plan Estratégico Industrial Argentina 2020, cuyos objetivos son llegar para ese año a duplicar el PBI industrial y las exportaciones de manufacturas de ese origen, avanzar hacia una mayor sustitución de importaciones y seguir bajando el desempleo hasta llegar a una tasa en torno de 5%”.
Pero, pero... Se lamenta, sin afán de crítica, de que en el puerto las grúas bajen del barco automóviles Porsche, y se queden inertes ante la ausencia de los containers que deberían haber traído máquinas y tornillos para completar los procesos fabriles.
Coatz, su socio en el artículo de marras, acaba de poner en palabras esa contrariedad en el 9° Congreso de Economía del Consejo Profesional de Ciencias Económicas: “No sirve una política microeconómica heterodoxa si no hay una situación macroeconómica clara; las dos cosas hay que atacarlas en forma conjunta”. Atribuyó a este desacople que “la mayoría de los sectores industriales sigan con poca integración nacional”.
Entre aquel vigoroso arranque de hace nueve años, incluidos los superávits gemelos fiscal y comercial, y los siete que faltan para la meta establecida en 2020 sonaron las alertas en ambas balanzas poco antes de los comicios que consagraron la reelección de Cristina Fernández de Kirchner.
El Gobierno optó desde entonces por vigilar la caja de divisas: trabó la compraventa doméstica de dólares y demoró las declaraciones juradas de importación.
¿Resultado estadístico? Mejoró 32% el saldo comercial en enero-junio, al juntarse US$ 6.000 millones. ¿El contexto? Fugaron divisas a un promedio de US$ 100 millones diarios y hubo trabas para ingresar insumos industriales.
En el mes en que se celebra el “Día de la industria”, vale la pena reflexionar sobre cómo era el perfil de la industria local hasta hace unos meses, cómo es ahora con restricciones cambiarias y a las importaciones, y mucho más importante, cómo convendría que fuera a finales de la década.

Bernardo Kosacoff
Foto: Gabriel Reig

Visiones contrapuestas
Contemporizador, Ricardo Delgado, director de Analytica y reciente expositor en el seminario de economía en Económicas de UBA, sobre “Políticas para superar la crisis de endeudamiento soberano”, organizado por la Asociación Argentina de Economía Política, en el que estuvieron la Presidenta y el premio Nobel Joseph Stiglitz, prefiere rescatar que “la recuperación industrial ha sido muy significativa y durante cuatro o cinco años, desde 2000, ha sido el sector más dinámico de la economía, tanto en la generación de empleo como de aporte al producto bruto en la oferta”.
Tanto que ahora “casi no hay capacidad ociosa, ni elevado desempleo y los salarios en dólares llegaron a un punto que hasta empiezan a hacer crujir las estructuras de costos en varios sectores, lo cual abre una etapa diferente, en términos de crecimiento, desde el sector productivo”, explica.
Un balance diametralmente opuesto sobre el modelo de industrialización que, según él, lleva implementados 10 años (2002-2012) realiza el director de la Escuela de Economía Francisco Valsecchi de la Universidad Católica Argentina, Ernesto O’Connor: “Ha sido de integración limitada con el mundo y de escasa articulación de las cadenas productivas. Retrocedimos al sexto lugar en Latinoamérica como destino de la inversión extranjera directa (IED) global, con montos acotados, y la internacionalización de empresas e industrias no ha sido la característica central, en un modelomercadointernista y muy proteccionista”, afirma.
Interpreta que “la menor IED implica menor competitividad, menor transferencia de tecnología y de management de punta”.
Continúa evaluando que “la articulación entre la industria, los insumos, las materias primas, la I+D (INTA e INTI) y la educación ha sido escasa. Las manufacturas de origen industrial tuvieron políticas públicas favorables, pero poco eficientes y poco modernas (subsidios, créditos blandos, protección arancelaria), y, como en el pasado, se financiaron con transferencias del sector transable más competitivo, el de las manufacturas de origen agropecuario y los recursos naturales. Otra característica es que se promovió la industria manufacturera en base a precios de materias primas muy inferiores a los internacionales, generando una competitividad temporaria y ficticia”.

Luis Dambra
Modelo, ¿sí o no?
Economista de Cedes y autor de un reciente libro sobre el desarrollo argentino del siglo 21, José María Fanelli directamente no cree que haya habido un modelo de desarrollo industrial. “Sí hubo un incremento en el tamaño de la industria, de la mano del fuerte crecimiento económico y de las exportaciones a Brasil. Estos factores de impulso están hoy en peligro: el crecimiento es menor y la competitividad industrial en el Mercosur se está resintiendo debido a la evolución del tipo de cambio real y los costos internos medidos en dólares”, sintetiza.
Traza sin embargo una línea en 2007. Hacia atrás tilda de espectacular el crecimiento y hacia adelante “empezamos a vivir por encima de lo que teníamos en términos de capacidad ociosa. Nadie quiere entender que es mejor crecer a 4,5% anual durante 20 años en vez de crecer a 7% algunos años”, dijo.
Agrega que “hace cinco años “se amesetaron las exportaciones, salvo las industriales por Brasil; en términos del empleo, el único que generó puestos de trabajo fue el sector público, y en la balanza comercial energética, tenemos un desastre”, destacó.
Como resultado de este proceso, “el superávit de cuenta corriente, que fue espectacular, desapareció en 2011, “ sin que hubieran desaparecido los altos precios de la soja ni la fortaleza de China. Más aún, se evaporó “en el pico de nivel de actividad y de términos de intercambio”.

Ricardo Delgado
Innovación escasa
Estudioso en desafío de la innovación desde la dirección ejecutiva en Investigación y Desarrollo que ejerce en la escuela de negocios de la Universidad Austral, Luis Dambra reconoce como vaso medio lleno que “el Gobierno tiene una visión industrialista, contrariamente a lo que pasó en los 90 con Menem, y desea aumentar el PBI generado por la industria en un valor desafiante”. Y como medio vacío que “el crecimiento se plantea a partir de darle mucho peso a la sustitución de importaciones, lo cual puede ser válido a corto plazo, pero a mediano plazo las consecuencias son nefastas: pérdida de competitividad de toda la economía. Tendremos productos de baja calidad, poca innovación y alto costo, es una receta vieja y que ya ha sido probada y nunca da resultados positivos”.
Su opinión es que debería haberse partido desde el aumento de las exportaciones de mayor valor agregado basándose en la innovación y que, en vez de haberse generado el plan por el Ministerio de Industria, para ello “habría que aumentar y alinear los fondos que administra la cartera de Ciencia y Tecnología con las necesidades de desarrollar una industria de mayor valor agregado. Convengamos que la cartera administra alrededor de 0,49% del PBI, cuando Brasil ya está en 1% y Chile en 0,7%. Sin ciencia y tecnología intensivas, el plan 2020 es solo un golpe de efecto”.

Fernando Grasso
Protección versus competencia
El vicepresidente de la Sociedad Internacional para el Desarrollo y economista de UBA, Fernando Grasso, exhorta a que “luego de décadas de desarticulación productiva, necesitamos integrar a los diversos eslabones en forma sistémica, no solo productiva, sino también tecnológicamente. No se trata de producir todo y no importar nada, sino de buscar un funcionamiento “biológico” del sistema productivo nacional”, sostiene.
Dambra también advierte que, a largo plazo, no se puede sostener a una sociedad protegiendo in eternum a industrias que en un tiempo prudencial no demuestren ser competitivas. “Debemos concentrarnos en las que demuestren ser innovadoras y competitivas y desde ya no agredirlas con una catarata de controles y regulaciones que hacen imposible invertir y desarrollarse”, enfatiza.
Fanelli añade al respecto que el intervencionismo del Gobierno sigue agregando factores de incertidumbre: “Básicamente ahora es más difícil predecir el valor futuro del tipo de cambio real, que es una variable vital para los exportadores. Normalmente es difícil anticipar el valor del tipo de cambio real, porque está influido por shocks externos de precios y de demanda, pero ahora se agregó la necesidad de predecir cómo será la conducta del Gobierno en cuanto a la intervención en el mercado”, indica.
Delgado recuerda en este aspecto que “está asumido por todos que este año las medidas de control de cambios seguirán existiendo”, aunque aclara que también es cierto que, a diferencia de dos o tres meses atrás, por el lado de las importaciones empezaron a haber flexibilizaciones”.
Augura que las restricciones, hoy muy fuertes, en el mercado de cambios en particular, van a descomprimirse en la medida en que la situación internacional no se desequilibre, la soja siga en estos niveles y la cosecha del año que viene, como todo parece indicar, mejore.
Prescindiendo de los actuales controles cambiarios, O’Connor denuncia problemas estructurales en el modelo productivo, como la concentración de exportaciones (62% a destinos de bajo requerimiento de competitividad, como los latinoamericanos, así como el bajo volumen relativo global a escala de industria argentina y, por ende, pocas economías de escala. Enumera: “atraso cambiario, exportación a dólar oficial, alta inflación, menor demanda interna, presión de costos (insumos dolarizados blue, salarios, escasez de repuestos por cierre de importaciones), cierre de mercados externos por represalias comerciales ante el proteccionismo argentino de 2012. Estos factores se resuelven solo con un cambio de modelo y sinceramiento de precios”.

José María Fanelli
El Estado está
Grasso celebra el espíritu de las intervenciones estatales que se llevaron a cabo como “una búsqueda de la recuperación de determinados roles que nunca debieron ser quitados de la esfera pública, ya sea en acciones de regulación como en sectores claves de la aeronavegación, en materia energética, de administración de las rentas del suelo y la explotación de los recursos naturales”.
La experiencia local e internacional demuestra que, en estos ámbitos, el rol del Estado es irremplazable como impulsor del desarrollo tecnológico, productivo y de una mejor distribución del ingreso. La articulación público-privada potencia el accionar de cada uno por separado y, también, la obtención de resultados positivos.
En la misma dirección, Delgado reivindica el papel que desempeñan los mecanismos oficiales de créditos subsidiados que, como el del Bicentenario, el famoso 5% que los bancos tienen que ofrecer a las Pyme, fondeos de Anses destinados al sector, que están a mano y funcionan, en la inversión privada, que si bien no van a generar unboom, sí van a revertir este proceso de caída que se ha dado en el primer semestre.
Cree también que “las inversiones van a salir de la propia generación de recursos internos, de los pesos que los argentinos vayan de alguna manera acumulando. Hay una situación paradójica: una fuerte liquidez en pesos ante la veda para comprar dólares, y esto en algunas empresas, sobre todo medianas, que ven ahora un horizonte más calmo, empieza a generar la pregunta de qué hacer con los pesos y decidir entonces invertir”.
Vaticina una etapa de crecimiento mucho más bajo del que traíamos en las épocas doradas de las tasas chinas, “pero no vamos a entrar en zona de riesgo”. Y pone de manifiesto que hay una recuperación en ciernes en cuanto Brasil empiece a dar señales a partir del último trimestre de este año.
Por su parte, Grasso prende una vela porque las altas cotizaciones de las materias primas se conviertan en factores complementarios, facilitadores, de un proceso nacional de desarrollo para países como el nuestro.
“No solo tenemos una importante disponibilidad de estos recursos, sino también capacidades empresarias y de mano de obra para transformarlos en productos de alto valor agregado. Muchos de los países que hoy son desarrollados enfrentaron limitantes como el escaso financiamiento disponible para transformar sus estructuras productivas e industrializarlas. Pero en la Argentina este factor es menos restrictivo porque nuestra producción primaria permite generar importantes flujos de ahorro interno y, a partir de su alto precio en los últimos años, también externos, aportando divisas”, señala.
Subraya que tanto la agricultura, como la minería y el potencial energético de nuestro país son enormes fuentes de oportunidades y que la discusión entonces pasa por cuáles son los instrumentos que permiten canalizar dicho ahorro y estas oportunidades hacia el desarrollo de las cadenas de valor y las actividades que requieren mano de obra calificada, que generan desarrollos e innovaciones tecnológicas, etc. Y que es importante comprender que la explotación de recursos naturales y la actividad industrial son perfectamente articulables y no constituyen un antagonismo en sí mismo.

Diversificación
Fanelli directamente defenestra la diversificación de la estructura productiva. “Esto lo analizo en detalle en mi libro sobre la Argentina y el desarrollo en el siglo 21. Pero se puede ejemplificar de manera rápida: hasta 2010, la Argentina tenía un gran superávit comercial en soja y uno menor en energía que le servía para financiar un gran déficit en la industria. Esto cambió: ahora tenemos también déficit en energía. Entre el superávit energético de 2003 y el déficit de 2011 hay una diferencia de US$ 11.000 millones. ¿Podríamos financiar esto si la soja no estuviera entre US$ 500 y 600 la tonelada? La respuesta es: ¡no!”
Extrae como conclusión que “estamos cambiando la bonanza en soja por energía. Si terminar cambiando un recurso natural por otro es diversificar la matriz productiva, deberíamos revisar nuestro uso de la palabra “diversificar”.
E insta a encarar el desafío de cambiar el superávit en recursos naturales por bienes de capital, infraestructura y acumulación de conocimiento para generar valor agregado en la industria y en los servicios sofisticados. “Ese desafío está tan pendiente hoy como hace 10 años”, dispara.
Mirando hacia adelante, Kosacoff se inclina por “transitar del actual patrón de especialización a uno de desarrollo industrial con mayor grado de integración nacional, pero que al mismo tiempo haya mayor participación de la generación de bienes con más valor agregado, diferenciación, mayor capacidad de desarrollo de procesos tecnológicos endógenos y con un requerimiento permanente de la calificación de los recursos humanos”.
O’Connor advierte que para 2020 falta mucho, y que ya conviven déficits gemelos (fiscal consolidado y de balance de pagos), brecha cambiaria de 40% con alta inflación. “Como en la universidad, para aprobar la materia Crecimiento y Desarrollo, se debe tener aprobado Macroeconomía previamente”, redondea.
En cambio, a Delgado la que considera ambiciosa meta de 2020 le inspira recurrentes reflexiones: “Hace mucho que vengo pensando en que no hay que entrar en falsos dilemas como si concebir la industria argentina sin devaluación; y aunque en algunos casos pueda ser cierto, para evitar esas fluctuaciones habría que saltar el laberinto por arriba, como decía Borges, y empezar a pensar en el financiamiento como un motor, undriver importante de la competitividad del sector industrial”.
Y remata recomendando que “el Gobierno debería hacer un esfuerzo muy grande seleccionando, mirando proyectos, apoyando desde ese lugar”, pero para que el financiamiento sea viable, prioritariamente, tendría que “empezar a dar algunas señales más generales, más macro desde el punto de vista económico, de que la inflación comenzará a bajar”.
Ignacio de Mendiguren

No puede ser que la mejor política sea la no política
El presidente de la Unión Industrial Argentina apuesta a la mejoría de los indicadores en el segundo semestre y prefiere dedicar “cada segundo a dar marco de contención y crecimiento a toda iniciativa que nos acerque al país industrializado que siempre soñamos”.

Ignacio de Mendiguren
Foto: Gabriel Reig

Los teléfonos del titular de la UIA están al rojo vivo, mucho más que sus orejas, receptoras de un creciente escozor fabril en medio de paritarias que atizan costos y de trabas importadoras y cambiarias.
Pero Ignacio de Mendiguren mantiene la calma y se esperanza en mejores vientos que podría traer el repunte que trasuntan los indicadores del segundo semestre, principalmente, a través de una mejor performance de Brasil.
Protagonista del elenco que piloteó la salida de la convertibilidad en 2002, está hoy por hoy extremadamente pendiente de que avatares de la política no resientan las relaciones entre la cúpula industrial y la Casa Rosada, como sucediera cuando Héctor Méndez (su antecesor) presidía la entidad.
Opta por la positiva: “La agenda de la industria, como la de la UIA, está abierta y en constante reconfiguración. Es en el terreno de la escucha y el diálogo donde se diagraman las iniciativas superadoras para llegar a 2020 con la puesta en valor y potenciación de todas las fortalezas de nuestro sector”, sostiene.
Y cada respuesta durante la entrevista concedida a Mercado se ciñe a esa premisa:

–El control de cambios e importaciones más allá de este año ¿hará que se replantee el modelo de desarrollo industrial en curso, y de­sem­bocará en una modificación de los precios relativos?
–Lo que hoy pasa con el dólar no es nuevo. No solo responde a cierta desconfianza de nuestra moneda como reserva de valor, sino que es de carácter estructural. Sin ir más lejos, la Argentina incorporó 13 ceros a su moneda, Brasil 12 y Ecuador directamente la eliminó. Incluso hace 10 años muchos sectores pregonaban que la Argentina debía renunciar a su soberanía monetaria: discutíamos la dolarización. 
El problema radica en una matriz productiva que continúa estando desintegrada y que presenta una pesada herencia, muy dependiente de importaciones de productos con un alto valor agregado y de exportaciones de commodities por sobre las exportaciones de productos manufacturados.
–¿Tiene límites la política en curso de sustituir importaciones para proteger empleos y divisas, o en algún momento habrá que pasarla por el filtro de la competencia internacional?
–La amenaza de restricción externa que enfrentábamos a fines de 2011 disparó una batería de medidas tendientes a morigerar un potencial problema en la cuenta corriente nacional. Ahora la clave sería fijar metas claras y períodos determinados que propicien entornos competitivos para las firmas locales y que se desarrollen proveedores locales que fortalezcan los encadenamientos hacia atrás y hacia adelante.

Reindustrialización
–¿El desarrollo de Pyme debería apuntar a la integración de industrias fuertemente importadoras, como la automotriz y la electrónica?
–Puntualmente algo se ha hecho, como la producción de algunos motores para algunas terminales automotrices, la provisión de algunas autopartes de metal o de plástico. Lo mismo ha ocurrido con la producción de heladeras, lavarropas y microondas en lo que es línea blanca. Es evidente que esto no alcanza para revertir el déficit de manufacturas de origen industrial, pero es importante recordar que venimos de 25 años de desindustrialización, de pérdida de capacidades productivas y que recuperarlas no es ni inmediato ni simple. 
No debemos dejar de tener en cuenta que el mundo ahora es mucho más complejo que hace 15 o 20 años. El avance de la globalización y el crecimiento de la producción de componentes en China hacen a esta situación aún más difícil.

El rol del Estado
–¿Cómo ven la intervención que ejerce el Estado en la economía?
–Desde mi asunción como presidente en la UIA, venimos destacando que son pocos los que hoy pregonan por un Estado ausente. Pero la clave no es solo tener un Estado que intervenga, sino que sea inteligente, que regule conflictos e induzca el desarrollo a través de políticas públicas activas consistentes, eficientes y sostenidas en el tiempo. En este caso, debe participar invirtiendo e induciendo a la inversión privada en áreas estratégicas como la petrolera, la energética. Es importante que sea un proceso bien estructurado y conducido para evitar lo que Marcelo Diamand llamó “el péndulo argentino”. No podemos volver a los tiempos en que el Estado estaba ausente y la mejor política era la no política.

El caso automotor
Alrededor de dos de cada tres autos fabricados en la Argentina se exportan y, sin embargo, a medida que aumentan la producción y las ventas (locales y al exterior), crece el déficit de la balanza comercial del conjunto del sector. La balanza automotriz (autos más autopartes) pasó de un déficit de US$ 2.231 millones a un superávit de US$ 808 millones entre 1999 y 2002. Pero ya en 2003 volvió a caer en un déficit (de 420 millones) que creció hasta alcanzar el año pasado US$ 6.000 millones. Por su parte, la balanza comercial de manufacturas industriales viene dejando un déficit cada vez mayor: hace nueve años era de US$ 4.400 millones y el año pasado superó los US$ 32.424 millones
Según el Centro de Estudios de la UIA (CEU), la industria automotriz junto con la del sector de minerales no metálicos (vinculado a la construcción) y la alimentación resultaron las más castigadas por la parálisis productiva del primer semestre del año.
La actividad en las fábricas de autos y componentes registró una reducción interanual de 24,4 %, debido a una fuerte caída en las exportaciones (fundamentalmente a Brasil) y a una base de comparación elevada.
La explicación que da el presidente de la Unión Industrial, Ignacio de Mendiguren, es que el sector “está fuertemente integrado con Brasil, dado que entre 60% y 70% de los automóviles producidos en la Argentina se colocan en este país, en tanto importamos un importante volumen de autopartes, dada la configuración de la cadena de valor regional. Como la única forma de modificar esta relación sería generando más autopartistas en el país y con mayor agregación de valor, se están llevando adelante con dificultad algunas iniciativas de desarrollo de proveedores de las terminales automotrices, aunque todavía no es suficiente”.

Valor agregado
El jefe de la Unión Industrial asegura que “continuamos luchando por agregar más valor a la producción, no solo porque genera más empleo de calidad, sino porque permite ingresar más divisas al país. Por ejemplo: un kilo de fideos vale seis veces más que un kilo de trigo”.
Monitorea asimismo la marcha de la diversificación de la matriz productiva: “Tenemos una industria farmacéutica y farmacológica en la frontera técnica del conocimiento, que cuenta con más de 35 institutos de investigación en biociencias. Somos fabricantes de bienes de capital y maquinaria agrícola de última generación. La industria alimenticia argentina figura en los primeros puestos de exportación a escala mundial. Producimos insumos básicos que se exportan a 60 países, que abarcan la siderurgia, el aluminio y la cadena petroquímica, entre otros. La industria audiovisual de nuestro país es la cuarta exportadora mundial en formatos televisivos. Contamos con miles de Pyme metalmecánicas, madereras, textiles, plásticas, gráficas, autopartistas, alimenticias, químicas, distribuidas en todo el territorio del país, con una industria que da trabajo formal directo a más de 1.300.000 argentinos”.
Pone asimismo como ejemplos al software y servicios informáticos, que creció fuertemente entre 2003 y 2011, más de 250% en volumen facturado en dólares y 238% en materia de empleo, con más de 70.000 empleados. En biotecnología también se lograron importantes avances de la mano de la conformación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología, sobre todo en lo vinculado a la producción de materias primas biotecnológicas, con el desarrollo de plantas y animales transgénicos. También hubo algunos desarrollos en energías alternativas. Pero es como siempre mencionamos: se han hecho cosas, pero falta mucho”.

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